viernes, 18 de mayo de 2007

SI TÚ NO VUELVES...



Se despertó sobresaltado con el sonido del despertador. Un sudor frío cubría su frente y sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo. El miedo se apoderó de él cuando pensó que la pesadilla que acababa de vivir en sueños tarde o temprano se convertiría en realidad. La enfermedad que padecía Isabel no la dejaría mucho más margen para seguir viviendo, o al menos intentarlo, y a pesar de que llevaba mucho tiempo intentando asumirlo, todavía se estremecía con sólo imaginar cómo sería su vida cuando ella lo dejara para siempre.

Eran las ocho de la mañana y la ciudad ya se había puesto en pie. Al levantar la persiana comprobó cómo la rutina era la misma de cualquier otra mañana: niños con sus mochilas camino de la escuela, ejecutivos vestidos con elegantes trajes de chaqueta y automóviles avanzando lentamente por las congestionadas calles de la ciudad. Pero él ya no era el mismo hombre fuerte, optimista y seguro de sí mismo que había sido algún día. Desde hacía siete meses la vida no le había dado tiempo para respirar, ocuparse de sí mismo o ilusionarse. Vivía por y para ella y no le pesaba. Sabía que cada día que pasaba era una nueva oportunidad que el destino les brindaba para seguir juntos, pero también sentía que con cada jornada que terminaba se agotaban los momentos para disfrutar de su compañía, para mirarla fijamente a los ojos y volver a enamorarse.

Respiró hondo y salió al pasillo. Las piernas le flaqueaban. Tenía miedo de entrar en su cuarto y verla tendida en la cama, vacía, sin alma. Volvió a tomar aire y cruzó el umbral que separaba la vida de la muerte. Allí estaba ella, sentada en la mecedora, mirando por la ventana. Mientras su mirada estaba perdida en el espacio, una lágrima brotó de sus ojos para recorrer su mejilla. Parecía que estaba ausente y por eso no se dio cuenta de que él la observaba detenidamente desde la puerta. Lo hacía cada mañana como si fuese la última vez. Quería grabar su delicada imagen en su mente y no olvidarla nunca. A veces pensaba que prefería recordarla en sus mejores momentos, joven, vital y llena de energía. Pero su fragilidad también la embellecía.

Con un delicado movimiento Isabel se incorporó y poco a poco fue levantándose. Se giró y lo descubrió a él, mirándola fijamente, callado y pensativo. Bastó una débil sonrisa de la joven para que él dejara su ensimismamiento y volviera a la realidad. Isabel volvió a la mecedora. Parecía que le faltaban las fuerzas y que se iba a caer. Entonces él corrió hacia ella y la sujetó fuertemente. Ella lo miró a los ojos y susurró un débil ‘gracias’ que le hizo estremecer. Jamás su voz sonó tan débil y nunca antes sus ojos le habían transmitido tanta tristeza. Esos ojos negros, fuertes y desgarradores ahora estaban apagados. Parecían dos pozos que mostraban sus entrañas, lo más oscuro de su alma. La ayudó a sentarse y se colocó enfrente. De repente ella rompió a llorar, en silencio. Él le agarró fuertemente las manos para transmitirle fuerza, para que ella sintiera que la entendía.

-Sé que esto se acaba, que cada minuto que pasa hace mella en mi cuerpo y en mi mente­, -dijo entre sollozos Isabel. Este cáncer me está ganando la batalla porque ya no tengo fuerzas para plantarle cara y seguir viviendo. Necesito parar, dejar que el mundo siga su curso...

-No puedes darte por vencida ahora, -la interrumpió-. Aún te quedan muchas cosas por vivir. ¿Dónde ha quedado aquella Isabel luchadora?, -le pregúntó con ansiedad.

-Se fue, se desvaneció, ¿no ves que ya no queda nada? -gritó Isabel-.

De repente un enorme silencio inundó la habitación. Isabel agachó la cabeza a la vez que jugueteaba con sus manos, nerviosas y sudorosas. Él la miró insistentemente y buscó su mirada hasta que ella le respondió mirándole fijamente. Tras varios segundos y sin previo aviso ella se apagó, cerró sus ojos para siempre. Ya no quedaban sueños, ni ilusiones, ni vida. Simplemente, ya no le quedaba nada.


2 comentarios:

Lady Miau dijo...

Esperada o no, asumida o no, la muerte siempre viste el disfraz de la injusticia, la desesperación, el vacío. Es un vecino con el que difícilmente aprendemos a convivir, del que no podemos huir por mucho que lo intentemos.

Una historia preciosa Pescadito, casi tanto como tú. Un besazo.

mary dijo...

Una historia muy conmovedora a la vez que muy real, leyéndola te hace recordar momentos difíciles que te hace pasar esa enfermedad, has conseguido pornerme la piel de gallina, creetelo